martes, octubre 05, 2004

Un día más

Pierdes de vista tu trabajo de lujo, tu mercedes de Alemania y tu mansión con toda clase de criados…
Le das un manotazo al objeto del cual proviene ese histérico pitido que te produce dolor de cabeza, te das media vuelta y te cubres hasta las orejas.
Suena otra vez… -Vale, ya voy – te dices, pero tu cerebro parece no captar la información y tus músculos se quedan sin ordenes que obedecer.
Otra vez un sonido ensordecedor… Un golpe y la calma vuelve a reinar en la estancia.
-Vale, esta vez sí…
Siiii!! Tu cerebro te escucha y tus músculos se ponen en movimiento…

Te miras en el espejo y este te devuelve una imagen distorsionada, te muestra a través de tus propios ojos una figura de tamaño descomunal que desconoces. La miras con detenimiento intentando que tus pestañas se despeguen para así poder abrir los ojos, e inspeccionas lo que se supone que ves. Parpadeas varias veces, te hurgas el lagrimal con la punta de el dedo índice y deshechas en el suelo sin ninguna contemplación lo que en este se queda incrustado.
Decides dejar de mirar y levantas la tapa del w.c., posicionas tus nalgas en el agujero y te dejas caer. Cierras los ojos y pasa demasiado tiempo. Amontonas en tu mano papel higiénico sin ningún cuidado e intentas desincrustar la materia orgánica que se ha quedado en tu parte trasera. Te levantas y subiéndote los pantalones, vuelves a observar la imagen que se refleja en el espejo…
Dispersas demasiada pasta de dientes sobre un cepillo demasiado duro, lo distribuyes por encima de tus dientes y frotas sin ritmo predeterminado pero con una destreza cotidiana notable. Escupes… otra vez sangre. Te enjuagas la boca con agua demasiado fría y frunces el ceño por el dolor. Por tu mente se pasea un señor vestido con bata blanca y una especia de bozal cubriéndole la boca… odias los dentistas. Te salpicas la cara con desagrado y te la secas con una toalla falta de suavizante.
Momento crítico… coges la báscula y la colocas en su lugar. Un pie, luego otro… miras y esperas aún sabiendo que por arte de magia esos números no van a cambiar. Maldices el helado de ayer… porque seguro que fue ese mágnum con almendras de la comida… ¿o quizás fue el cornetto de fresa de después de cenar? Cara de póquer. Te prometes que no comerás al día siguiente.

Abres el armario y te repites que debes comprarte ropa. Escoges las prendas al azar y te las colocas sin demasiado entusiasmo.
Vuelves a mirarte en el espejo y desistes, te da igual lo que ves. Te colocas el pelo sin gracia alguna y te empapas de perfume hasta que notas tus fosas nasales insensibilizadas a él.
Bajas las escaleras.
Tu taza esta sucia. Coges el primer vaso que ves y te das cuenta de que el café quizás podría estar podrido… le delatan esas pequeñas manchas blancas que flotan por él. Depositas con manos torpes un sobre de azúcar y una cucharada de nescafé en tu vaso y lo introduces en el microondas. En ese instante recuerdas lo poco que te costo… una ganga. Dejas que tu mente vuele hasta tu cama hasta que el sonido del aparato te despierta. Demasiado caliente. Te sientas y te quemas la lengua al intentar beber…
Empiezas a pensar… Apoyas la barbilla en la palma de tu mano y te resignas.
Odias madrugar.

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