Cortando la vida

Sueles acercar, vacilante, el filo de esa cuchilla usada a tu muñeca. Trazas rectas imaginarias sobre una piel de porcelana que transparenta las venas azuladas. Llegas a imaginar como brota de una herida profunda, hecha a conciencia, la sangre que llegó a pertenecerte. Crees notar el calor que desprende al recorrer la palma de tu mano, bajando por entre los finos dedos y cayendo en el frío suelo de resentimiento.
Reproduces la escena mentalmente, una y otra vez, incansable mientras sujetas con fuerza entre tu dedo pulgar e índice tu objeto de placer.
Te falta valor, lo sabes. Lo omites. Te has acostumbrado a la soledad, a la incomprensión.
Te molesta pensar en el dolor, tanto, que lo borras de tus reproducciones. El sufrimiento acaba de quedarse en un segundo plano, tras una cortina que no será desplazada. El deleite es el protagonista de tu historia.
Recuerdas, que cuando solo era un juego, te gustaba observar las pequeñas incisiones en el dorso de tu mano, repasarlas con la yema del dedo, contemplar su nitidez.
Ahora, has crecido, madurado, envejecido sin querer.
Ejerces fuerza, no demasiada pero suficiente, sobre tu muñeca desnuda y entregada a la inminente violación. Notas como tu carne se abre, despacio... Dibujas una línea limpia y observas como tu blanca carne se cubre en pocos segundos por la suave materia que desprende la herida abierta. Se solidifica rápido, demasiado rápido.
Ahora sabes lo que se siente. No te satisface.
Notas como las uñas se te clavan en la palma de una mano demasiado pueril, como tu puño cerrado empieza a desprender calor. Ya no, dejaste atrás la debilidad. Con sorprendente rapidez, mientras las gotas de sudor empiezan a resbalarte por la frente, cortas con impresionante fuerza, unas venas privadas de vida.
El hedor te tapona unas fosas nasales acostumbradas a sorber. La capa neblina que cubre tus ojos empieza a convertirse en espesor.
Recuerdas tu película, el líquido que derramas bajando por tu garganta, el sabor a metal... vomitas.