Sin piedad

Cada vez se crean más abismos de páginas en blanco que mi pluma seca y vieja ya no consigue llenar. Es como si la brecha que un día me hice en las venas empezará a cicatrizar, como si la sangre ya no goteara, como si...
Intenta abrirme la cabeza... sólo un golpe seco, con fuerza. Párteme en dos el cráneo e investiga que hay en su interior. Voy a dejarte navegar entre mi masa cerebral para que puedas interrogar a mis neuronas.

En este habitáculo de cuatro paredes el tiempo ya no es lo que era. Es como si tuvieras que empujar a los minutos para que se cayeran del reloj que no poseo. Cada día me rasgo el alma para poder borrar el espacio que me separa de la realidad.
Retroceder en el tiempo se ha convertido en un ejercicio conveniente para purgar mi alma. Volver al instante en que las paredes se teñían de rojo, una necesidad. Tengo clavada en la retina sus ojos pidiendo clemencia. Es como un fantasma que se aparece en mis sueños y cuya voz no dejo de escuchar. Tiemblo de satisfacción al recordar su cuerpo inerte bajo las sábanas, el éxtasis que recorría mis venas cuando la adrenalina supuraba por los poros de mi mestiza piel. La séptima bala cruzó la estancia con un leve silbido para terminar perforando su corazón... ¡bang! De su pecho perforado emanaba ese característico olor a sangre que tanto se asemeja al hierro oxidado. No pude más que deleitarme observando su mirada perdida apuntando a ningún lugar hasta que las sirenas anunciaron el principio de mi nueva vida...
Sonrío.
Ese cabrón se tiraba a mi madre sin dejarla respirar. Tuve que matarle.

Marco Singreid. Centro penitenciario de Massachusset.
Condenado a pena de muerte por el asesinato a sangre fría de Lorenzo Singreid.