27 Mayo 2004

Para Anna Pujol

Aún conservo tu mirada clavada en mi retina, la expresión agonizante de una cara envejecida por el tiempo a través de una mascarilla de oxigeno. Una frente arrugada por la notable preocupación, repleta de sufrimiento y cavilaciones, bajo unas cejas suficientemente pobladas pese a la, relativamente, temprana edad que presumías tener.
Mis oídos aún escuchan tus plegarias. Tus palabras siguen escalando mi escalera de caracol auditiva hasta caer en el vacío de un cerebro condenado a recordar.
Una noche en vela imposible de olvidar.
Mis sentidos se agudizan y se me eriza la piel al rememorar el preciso instante en que desapareciste de mi vista, de mi vida…
Unos ojos empañados en líquido salitre al pensar en una ausente despedida. Unas manos repletas de caricias que quedaron carentes de destinatario.
Un hasta luego no es suficiente para poder volverte a ver.
Tu sillón sigue vacío. Posee una magia especial que a todos nos recuerda, inevitable y obviamente, a ti.
Me presentaré ante ti como siempre. Hablaremos en silencio y sin prisas. No existe el tiempo en un lugar donde no puede transcurrir. Escucharas mis palabras con tu máxima atención y sin interrumpirme e intentaré adivinar que pasa por tu mente. Fría, inerte. Pasarán los minutos y solo el viento será testigo de nuestro amor.
Secretos guardados en tu tumba.
Te echo de menos, ¿sabes?
Y la rosa descansará en la entrada de tu fiel morada mientras los años pasan al otro lado de tu gélida pared de mármol.

Si no estás me siento tan sola
¿Por qué te has marchado así?
¿Por qué me has dejado aquí?
Si no estás mi alma se encoge
Al pensar que muriendo sin ti
Tengo que empezar a vivir
Si no estás...

...