La paloma

Y la paloma yace inerte sobre la sucia arena de un parque de las afueras de la ciudad. Su rígido cuerpo se ha convertido en pasto para diminutos insectos que entran y salen de su interior. Alimento para gusanos hambrientos de sentimientos, ladrones de materia orgánica sin identificar.
El sol calienta la carne del pobre animal, secando la sangre desprendida en minutos de agonización premeditada. Y en su único ojo abierto, la marca del dolor en contraste con la nítida cavidad creada por pequeños soldados que pasean a placer por lo que antes era un nido de visión.
Las plumas arrancadas de unas alas demasiado jóvenes, forman extraños dibujos creados por el viento caprichoso sobre la negra superficie pegajosa mezclada con arena, para darle un contraste final.
Los glotones cebados por carroña vagan a sus anchas por lo que ahora es su propiedad. Éste, su único funeral. Y la lluvia incipiente los asusta haciéndoles abandonar su botín.
Y el cuerpo sin vida de la paloma descansa sobre un charco de vísceras y plumas carente de propiedad.