Desnuda

Hacía frío, mucho frío y, sin embargo, yacía desnuda. Desnuda como cuando la viste por primera vez... piel virgen frente al tiempo, perfecta victima de tormentas venideras imposibles de imaginar por un cerebro recién creado, ajeno a su presente.
Te perdiste en el tiempo mientras dejabas vagar tu mente por el pedregoso camino del recuerdo, alzándose ficticio desde tu contemplación desentendida.
Tan indefensa como antaño, una imagen imperturbable en el tiempo.
Recuerdas, aún ahora, el calor que emanaba de su cuerpo, el suave y penetrante aroma de lo casi celestial. Su llanto se te colaba por los oídos como ahora el que escuchas te devuelve a la realidad. Un llanto entrecortado que se confunde con el limpio silbido del viento que azota sus cabellos enmarañándolos sobre el sucio suelo en el que descansa.
Te acercas casi de puntillas mientras la fina lluvia que empieza a caer, oculta en tu mejilla lo que presumía ser una lágrima.
Un tenue rincón convertido por obligación en testigo presencial de los hechos.
De cuclillas tras su espalda, te percatas del fino hilo de sangre que surge de entre sus piernas y acallas una exclamación que muere al filo de tus labios. La cubres con tu viejo abrigo de piel sintética y en lo que parece ser un espacio de tiempo indeterminado, logras mantenerla en pie. Su magullado rostro se te clava en la retina e intentas adentrarte en esa mirada vacía, carente de expresión que posee. Solo sufrimiento...
Y rodeándola con el brazo, emprendéis el camino que marcaste y no quiso seguir.
-Es hora de volver a casa.